Entre muchas posibles conclusiones de esta campaña política y de los últimos años en Costa Rica, hay una demasiado evidente: la alta fragmentación de fuerzas políticas, económicas y sociales. Balcanización, le llaman los internacionalistas.
- - El mapa ahora es un quebradero de colores, rencores e intereses que nos tienen hoy de narices frente a una campaña política loca, un sube y baja incierto de preferencias electorales que acabó buscando en las encuestas alguna chispa de certeza. Y ni así.
- - Piensa uno entonces en el mediodía de este 8 de mayo, cuando Laura Chinchilla sea ya la única expresidenta del país y su sucesor (será un hombre, eso seguro) dé su primer discurso. Ese discurso, perdonen el imperativo, tiene que invocar la forma de armar de nuevo el rompecabezas.
- - Y más aún: tiene que buscar la manera de que ese discurso no sea material de reciclaje. Todo lo demás vendrá por añadidura, usando el aroma bíblico que varios de los candidatos han querido incluir a esta campaña. Si quiere le llama concertación, abrazo, diálogo, cumbre o cónclave, pero tiene que negociar sí o sí con los otros sectores si no quiere hundirse apenas en la playa.
- - Si tiene que renunciar a algo del plan de gobierno, no será la primera vez que ocurra, pero esta vez será por diligente y no por irresponsable. Si tiene que agregar algo de otro partido político, pues que lo asuma, que tampoco estamos aquí ante un rompecabezas de piezas blancas y negras. Y si tiene que pedir arrepentirse de su campaña agresiva, embustera o exagerada, pues se le aplaudirá por inaudito.
- - Ahora la pregunta: ¿cuál puede ser el candidato que, pasada ya la temporada de ofertas electorales, puede restituir los puentes de diálogo efectivo? ¿Quién tiene la experiencia, el talante, el brazo político o la autoridad moral para llamar a un diálogo nacional más allá del maquillaje? ¿Quién puede evitar que nos ahorquemos o nos maniatemos con nuestras cuerdas vocales?
- - Quiero imaginar el discurso del 8 de mayo del 2018 y escucharle a ese presidente saliente decir, sin mentir, que ahí queda ya un país reconstruido. Incompleto, pero reconstruido y bien comunicado. Con divergencias, pero sin el boicot de un grupo (comunidad, gremio, iglesia, etc) que se crea “perdedor” de alguna medida concreta, como si no fuera suficiente la amenaza de los sectaristas de convertirnos en un conjunto de islas egoístas. Tres millones de electores y tres millones de sectores. Ahora, con las elecciones en las narices, deberíamos ir más allá de las fronteras del aborto, del TLC con Estados Unidos o del impuesto a las hamburguesas. Más allá del Muro de Berlín y del Muro de los lamentos. No podemos tartamudear ahora que más urge conversar, porque la Asamblea Legislativa será con seguridad un rejuntado que, por lo visto en esta campaña, se parecerá a una Babel sin traductor. Bueno, pues necesitamos ese traductor.
- - Entonces, conviene pensar en esto antes de votar. Conviene identificar primero qué país tenemos, qué país queremos y después, solo después, ver cuál de los candidatos y de los partidos tiene más capacidad de manejar el país en esa dirección. Es decir, cuál puede negociar mejor para lograr que sus planes no nazcan muertos. Si lo logramos, esta campaña loca será entonces solo una anécdota divertida.
- - Si llevamos esta campaña al lenguaje fácil del futbol, podemos decir que no necesitamos un goleador contundente ansioso de golpearse su pecho de estrella. De poco sirve en este momento. Necesitamos un armador político fino y generoso, un central genuino, que ordene, que sepa mandar, que se haga necesario, que conecte ese millón de pedacitos que somos. Porque, de nuevo, aquí ganamos todos o no gana nadie. Y entonces pensemos, ¿quién puede juntar los pedacitos que somos?