El médico Rodolfo Hernández, un aspirante presidencial recién llegado a la política, criticado con acidez por su franqueza y falta de malicia, colmillo y mañas, produjo para Costa Rica uno de los documentos políticos más reveladores desde el Memorando del Miedo, en 2007, desnudó las pugnas del Partido Unidad Social Cristiana y develó la injerencia en la campaña de los expresidentes Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez.
Con una prosa bien articulada, el 3 de octubre Hernández diagnosticó en público a un partido socialcristiano lleno de ángeles con puñales y como primer tratamiento prescribió su propia renuncia a la candidatura presidencial.
“He hecho un gran esfuerzo para continuar; pero no soporto más puñaladas por la espalda. Esta no es la democracia con que sueño; este no es el partido que siempre defendí. Esto no es lo que quiero para Costa Rica”, denunció Hernández.
Su conclusión se derivó de su breve experiencia política: “Medio año ha sido suficiente para comprobar el diagnóstico: la democracia está en cuidados intensivos porque los responsables de velar por ella la ultrajaron, la debilitaron, la violaron y pretenden mantenerla así, secuestrada, para favorecer intereses personales o de grupo que yo no puedo cohonestar”.
SÍ, PERO NO, AUNQUE SÍ
Sin embargo, en los dos días siguientes, ante la insistencia de piquetes de partidarios, Hernández reconsideró su renuncia, dijo-que-no-quiso-decir-algo-de-lo-que-dijeron-que-dijo, garantizó que repentinamente en el partido habían desaparecido los puñales y retomó la candidatura.
Además exigió explícitamente que Calderón y Rodríguez se abstuvieran de participar “directa o indirectamente” en la campaña.
Los expresidentes negaron cualquier vínculo con la campaña y Calderón incluso afirmó al diario La Nación, el 7 de octubre, que no tenía “posición ni partido político”. El desmentido a lo dicho por Calderón apareció al día siguiente en el mismo diario, firmado por el columnista y expresidente del Banco Central, Jorge Guardia.
“Yo no pensaba arrollarme de nuevo las mangas ni calzar mis botas de hule para pisar el fango de la política. Pero el expresidente Calderón (mi querido primo) me pidió que ayudara al Dr. en su nueva cruzada. Rafael Ángel suele decir a sus amigos que yo fui el arquitecto de su exitosa política económica. Eso mismo le dijo al Dr. Y yo, ruborizado por la demasía y agradecido por su confianza, no hallé cómo decirle que no”.
Junto con Guardia también se integraron a la campaña los exdiputados socialcristianos Rolando Laclé, Gonzalo Fajardo y Danilo Chaverri, todos exintegrantes del gabinete de Calderón, entre 1990 y 1994, y amigos muy cercanos de los dos exmandatarios.
“Tantas ideas chocaban en el vallar de la inejecución. La ilusión cedió paso a la decepción y frustración. Entonces, renunciamos”, escribió Guardia.
En su carta, Hernández había denunciado: “No puedo aceptar que los Caínes modernos sigan matando a los Abeles por la simple razón de que les estorban.
Al respecto, Humberto Vargas, jefe de campaña de Hernández y candidato a diputado en el primer lugar por San José, declaró a Canal 7 que el candidato se refería a Laclé, Fajardo y Guardia.
En esa misma entrevista, Vargas aseveró que él se había convertido “en el gran estorbo para que estos señores pudiesen tomar nuevamente el control del partido (…) se dedicaban a las triquiñuelas, habían aprendido también lo malo de la política costarricense”.
Guardia calificó como una osadía lo dicho por Humberto Vargas y emplazó a Hernández para que dijera “si después de todo lo que hice por él, y la franqueza con que siempre le hablé, le clavé un puñal”.
Más allá de dimes y diretes, quedó claro el vínculo de Rafael Ángel Calderón – único expresidente condenado penalmente en un caso de corrupción− con el grupo asesor de la campaña y las molestias que los consejos de los asesores causaban en el entorno más cercano al candidato.
RETORNO DAÑINO
Con su denuncia y renuncia, Rodolfo Hernández mostró valentía y carácter presidenciable e intentó cauterizar los tumores de su partido al calor del debate público democrático.
Pero con su retorno a la campaña y las aclaraciones a lo que “él-dice-que-no-dijo” afectó su credibilidad como líder, sembró el caos en el PUSC y podría haber dañado el caudal electoral que prometía un renacer socialcristiano. En 2010 el PUSC obtuvo menos del 3,9% de los votos para presidente, mientras que en la más reciente encuesta política de la Universidad de Costa Rica, Hernández reunía el respaldo del 12% del electorado.
Sin embargo, la revocatoria de su renuncia dejó a Hernández y a su partido a la intemperie, expuestos a que en cada debate, plaza pública y mensaje propagandístico su carta sea leída como un monumento a la contradicción y una confesión de parte acerca de la vida política interna del PUSC, a todas luces inadecuada para conducir a un país harto de corrupción, engaños y mala fe.
Pero los efectos del zipizape podrían trascender al PUSC. La más reciente encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos de la UCR reveló que el 55,8% de los electores no tienen intención de votar y que el abstencionismo de las próximas elecciones podría ser superior al 34%.
Para el analista Manuel Rojas, aún está por verse el impacto de lo acontecido en el PUSC, pero lo ocurrido difícilmente beneficiaría al Partido Liberación Nacional, que encabeza las encuestas. Más que una fuga a otras agrupaciones, según Rojas, las turbulencias rojiazules podrían causar que más electores se sumen a las filas de los desencantados con la política.
Para Rojas, “este zipizape ha despertado los fantasmas del 2004, el escándalo de los expresidentes, la reacción frente a la corrupción”.