Lo feo, o mejor dicho, lo más feo de estar en campaña electoral, no es ver a Otto Guevara recogiendo basura en pantalones caqui (o lo que sea que esté haciendo esta vez) o a Johnny Araya saludando desde un equino imprudente que, en media toma de Repretel, convierte la Avenida Segunda en un estercolero improvisado.
No no, todo ese sinsentido periférico uno bien puede ignorarlo, cuestión de apagar el tele (no es como que nos perdamos de mucho). Hoy día el basurero viene de una pantalla más versátil: esta que tiene al frente suyo. Cierto, podríamos pretender que Internet también tiene botón de off, pero usted y yo sabemos que es mil veces más fácil apagar la caja idiota que el teléfono inteligente. Nos guste o no hemos llegado a un punto en el que aceptamos que aunque no los leamos, los comentarios de nacion.com siguen estando ahí... a tiro de piedra.
¿Quiere terminar de entender porqué este país no pasa de ser un despropósito de república? Dése una vuelta por ahí y recuerde que ya los mensajes más soeces han sido filtrados por las hormigas moderadoras. Claro que resulta muy cómodo señalar a la gradería de sol del Fello Meza pero el atorrante, el racista, el xenófobo, el homofóbico y el incivilizado están mucho más cerca de lo que nos gustaría aceptar (algunos hasta llegan a liderar comisiones de Derechos humanos en el Congreso).
Así, aunque logremos esconder las actualizaciones de tías y tíos en Facebook nos resultará inevitable tener que leer, tarde o temprano, a algún amigo bombeta haciendo horrible y jurando que Villalta es la resurrección de Hugo Chavez o, peor aun, de Cristo.
Los datos fiables y los hechos concretos desaparecen en medio de un angustioso y espameador mar de irracionalidad y manipulación al por mayor: ¿Cómo olvidar la mediática y ficticia adhesión de doña Pilar al Frente Amplio o el discreto pero inevitablemente triunfalista "¡Hicimos historia!" de Juan Carlos Mendoza? (que luego desapareció de su Facebook) y ¿qué me dicen del trauma que legó el desatinado uso de memes de Álvarez Desanti?
La ruta hasta la primera semana de febrero está cargada de encuestas incendiaras y emociones volátiles a cada paso del camino: tengo amigos que han pasado de un partido al otro con la misma velocidad a la que desbloquean el iPhone en media presa. Para la siguiente carga de batería, quizás ya tengan otro candidato. El problema no radica tanto en el cambio como en la pasión desaforada con la que defienden a muerte cada una de sus elecciones... hasta que la abandonan por la siguiente. Eso sí, quien estuvo equivocado todo el tramo siempre es el otro. ¿Dónde quedó aquella hablada del voto informado?
Eso es lo (más) feo de estar en campaña electoral: la cantidad de expertos improvisados en política se dispara a porcentajes que, por citar al cruzrojista promedio en telenoticias, son incompatibles con la vida humana. Todo el mundo tiene razón y todo el mundo tiene que demostrarlo.
Para terminar de redondearla, proliferan en medio del periplo a la urna todo tipo de enmascarados digitales que sin responder a nadie se permiten convertirse en líderes de la desinformación, propagando cuanta basura ilustrada llega a sus manos. La cancha ya está embarrialada y esta gente la llena de zaguates con diarrea.
Se supone que las redes sociales nos ayudarían a "levantar la altura del debate", pero cuando un país ha llegado al punto de normalizar un despliegue de inoperancia retórica y política como el que apreciamos (¿sufrimos?) durante el famoso chuchinguidiscurso en la Asamblea Legislativa, uno no puede evitar preguntarse si será cierto lo que decía el comediante George Carlin: los políticos no son más que un espejo de lo que en realidad somos.
¿Sabe quien lo dice también?
El presidente del Tribunal Supremo de Elecciones.