Una gigantesca lámpara de cristales colgaba sobre la cabeza de decenas de libertarios en el salón principal del Hotel Wyndham Herradura, hecho de espejos y madera tallada. El piso alfombrado ensordecía los pasos de jóvenes y adultos, que comenzaban a juntarse.
La multitud esperaba con ansias los resultados de las elecciones, que habían terminado hace ya dos horas, y a su líder, Otto Guevara, que descansaba en alguna recámara del hotel.
Algunos comentaban el aumento de banderas rojas en las calles. Sin embargo, para esas mismas personas, la invasión del amarillo había llegado a niveles preocupantes.
“El PAC no puede llegar a segunda ronda”, le advertía un miembro del “staff” de Otto a un personero administrativo del partido mientras recargaba su teléfono celular, en uno de los tomadores de corriente del lobby.
El Movimiento Libertario es experto en tomar una fiesta electoral y convertirla en una discoteca electoral. A las 8:10 p.m. los parlantes del salón comenzaron a retumbar y un grupo de coreógrafos tomó el escenario, junto a un animado saxofonista.
La música se apagó casi de golpe. El discurso del presidente del TSE inició, y los rostros libertarios se tensaron. La muchedumbre, inmóvil, casi murmurando entre sí, no despegaba la mirada de las pantallas.
Los resultados llegaron en orden alfabético; palmas juntadas, uñas a la boca. La alerta de iceberg era inminente: Solís mostraba un avance apabullante.
Llegó el descenso de Villalta, pero la desgracia de los frenteamplistas se recibió en el Wyndham con vítores, aplausos y agradecimientos al cielo.
La nave libertaria ya no podía cambiar de curso. El apoyo de no más de 10% en el primer corte fue una masa de hielo que se estrelló contra el casco. El silencio fue mortal; las manos se hicieron puños, para extenderse nuevamente e ir a los rostros, a cubrirlos.
La atención se fue a los celulares. ¿Qué estarían escribiendo, y a quién? A cada tanto se volteaba la cabeza hacia los gráficos de las pantallas, tal vez a la espera de un milagro, que nunca llegó.
Una ronda de aplausos a lo lejos anunció la llegada de Otto. Aplausos moderados, como si las manos pesaran; una canción para el héroe caído.
La tarima estaba llena de lágrimas. Otto, con resignación aceptó los designios de Dios. A los pies del candidato, a lo largo de toda la tarima, yacían arreglos florales con lirios y margaritas blancos. Flores de funeral.
Con rapidez magistral el candidato se retiró del salón. La audiencia esperó unos minutos más e hizo lo mismo. Entre la veintena que quedó los comentarios iban desde “ahora tendremos que votar por Liberación” hasta “no sé por qué uno se complica aquí, yo en otro país me hago millonario en 15 días”. Este último vino de un muchacho que conversaba disgustado con uno de sus amigos, el cual, de todas maneras, ya había tramitado su huida a Nueva Zelanda, en caso de que ganara el Frente Amplio.
A las 10:00 p.m. las luces se apagaron y los empleados del hotel comenzaron a limpiar las sobras de bocadillos.
El ocaso del Titanic fue similar al final del evento del Movimiento Libertario, al final solo quedaban los músicos y los pobres, excepto que en este el capitán fue quien abandonó de primero la nave.